Carlos
El zumbido constante de los monitores y el olor a desinfectante se habían vuelto parte del aire en la UCI privada de mamá. Todo era blanco, pulcro, controlado… demasiado ordenado para un lugar donde la vida se sostenía con hilos invisibles.
Rebeca estaba a mi lado, aferrada a la mano de mamá con una devoción casi infantil. Sus uñas perfectamente cuidadas se enterraban en la piel pálida como si pudiera obligarla a despertar a través del dolor.
Respiré hondo. Mi rostro debía mostrar calma. Fortaleza.
—¿Han considerado traer a otro especialista? —pregunté sin despegar la vista del rostro inmóvil de mamá—. Alguien… más preparado.
El médico que nos acompañaba asintió despacio. En sus ojos se notaban noches sin dormir y un cansancio que ya no podía disimular.
—Hemos consultado con varios colegas, señor Borbón. El estado de su madre es muy delicado. La actividad cerebral es mínima. No hay garantías de cambio a corto plazo.
Fruncí el ceño, dejando que una sombra de molestia cruza