Capítulo 18

El llanto del bebé me despertó.

No supe qué hora era, pero noté la penumbra azulada del amanecer a través de la ventana. Lo arrullé entre susurros y acomodé su boquita en mi pecho para alimentarlo hasta que se quedó dormido. Suspiré, exhausta. No dormía mucho desde que lo recuperé, pero prefería ese cansancio al que producían las pesadillas, cuando no estaba conmigo.

Sonreí mientras lo acomodaba en la cama otra vez, pero un grito tan repentino como desgarrador me heló la sangre.

—¡Mamááá!

Salté de la cama. El sonido provenía del salón. Miré al bebé y, aunque mi corazón latía a un ritmo errático, sentí alivio al verlo dormir tranquilo.

Salí del cuarto y cerré la puerta con cuidado. Cruzaba el pasillo descalza, con el corazón en la garganta, cuando otro grito espeluznante me robó el aliento.

Antonio, empapado en sudor, se retorcía en el sofá como si luchara contra algo invisible.

—¡Doctor Guzmán! —Corrí hacia él—. ¡Antonio
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