Armyn tomó con fuerza la pequeña mano de Mahina mientras avanzaban entre la maleza oscura. El suelo estaba húmedo, cargado con el olor metálico de la sangre y el miedo. Cada paso era un recordatorio cruel de lo que estaba en juego. No era solo su vida. Era la de su hijo. Era el destino de su manada. Era todo.
La pequeña Mahina caminaba en silencio, apretando los labios, como si intuía que una sola pregunta podía romper el frágil equilibrio que las mantenía con vida. Nadie imaginaba —ni siquiera los enemigos— que aquella niña de ojos grandes y temblorosos llevaba consigo el veneno… el único capaz de destruir a los hibrimorfos desde dentro. Un arma viva, frágil, demasiado inocente para cargar con semejante condena.
A lo lejos, los aullidos desgarraban la noche.
La manada ígnea estaba siendo forzada a obedecer una orden Alfa que no reconocían como legítima. Sus cuerpos luchaban, pero sus almas se resistían. Y entonces ocurrió lo inevitable: los hibrimorfos atacaron sin piedad.
Criaturas d