191.
Instintivamente me lancé sobre Alicia para protegerla. Varios trazos de piedra ayer cayeron sobre nuestras cabezas y, de no sé por qué, los dos éramos lobos, seguramente nos habrían herido de gravedad.
Con el corazón acelerado tomé la mano de Alicia entre la mía y la guié hacia afuera.
—¡No esperen! —me gritó Alicia—. ¡Están atacando! ¡Ahora deben estar atacando también a todo el ejército!
Pude escuchar de nuevo cómo se acercaba otro de los misiles. Venía con tanta rapidez y sonaba tan cerca que no tuve tiempo de hacer nada más. Tomé a Alicia y la metí a la primera habitación que encontré. La explosión fue tan fuerte que desprendió gran parte de la pared. Sentí con fuerza el calor en mi costado, de la fuerte llamarada que dejó la explosión.
Más misiles se acercaban.
—Tenemos que salir de aquí —le dije—. ¡Ahora! ¡Ahora!
Se escucharon más explosiones lejanas, por todas las torretas. Desde la enorme abertura que había dejado la explosión pude ver de reojo cómo más misiles se estrellaban