187.
Acaricié con las yemas de los dedos la pluma de Salomón que reposaba en la palma de mi mano. Era muy suave al tacto superficial, pero podía sentirse la dureza y la resistencia que tenía. Al igual que el filo de sus navajas.
—¿Se creen que significa esto? —preguntó Axel.
Pero yo sabía muy bien la respuesta. Mordor no solo era un psicópata enfermo, deseoso de poder. Le gustaba jugar con nosotros. Eso era lo que estaba haciendo en ese momento: nos gritaba en nuestras caras que tenía a Salomón.
—Tenemos que hacer algo —dijo con rabia Ángel.
Parecía que el secuestro de Sirius lo había afectado más de lo que solía demostrar, pero podía ver la rabia que tenía en ese momento, como la vena de su cuello le palpitaba con fuerza.
—No debieron haber hecho eso... era muy arriesgado —murmuró mientras pateaba la mesa.
Pero entonces Ismael se acercó a él y le apoyó las manos en las mejillas.
—Concéntrate —le dijo con seguridad—. Si quieres rescatarlo, tienes que concentrarte.
—No podemos rescatarlos —