129.

Me puse de pie con tanta fuerza que mi cabeza golpeó la parte de arriba del domo que había creado para protegernos, para descansar un rato, y aquello despertó a Salomón.

—¿Cómo que se escapó? —le pregunté a Sirios.

El muchacho abrió los ojos sorprendido.

—También estaba durmiendo. Cuando desperté, estaba intentando comerse el centro de este mango que tenía en la mano, la parte interna del mango, su semilla grande y dura. Se la quité para que no se lastimara ni se ahogara con ella, y se enojó.

—¿Se enojó? ¡Es una cabra! ¿Cómo se va a enojar? —le pregunté.

Pero entonces Sirios asintió.

—Te digo que se enojó. Salió corriendo. No logré atraparla. Se perdió entre la nieve.

Recordé las palabras que me había dicho Johanna en aquel sueño: que era quisquillosa. Entonces, a eso se refería. Aquella pequeña cabrita era quisquillosa. La perseguí, pero la pendiente, la nieve, el frío... ¡la va a matar!

—Pero no. Que no —el frío no le hará nada.

Salí de la tienda y el viento terrible me voló el cabe
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