109.
Fue poco lo que pudimos hablar después de que salimos de la Cueva. La tormenta era tan poderosa y tan impredecible, que lo único que pude fue aferrarme con fuerza al pelaje de Sirius para que no me lanzara el viento.
Salomón siempre había sido tremendamente fuerte y poderoso, y a pesar de eso, la tormenta también lo tenía menguado. El Rey Cuervo tuvo que encoger profundo sus alas para que el viento no lo sacara volando. Parecía una odisea completa, y entre más avanzábamos, más lejos parecía estar el centro de la tormenta.
Podía sentirla, sabía que era la dirección correcta. Pero… ¿qué tan lejos estábamos? Era prácticamente impredecible. Aquello realmente me asustó. ¿Y si en realidad estábamos viajando para nada? ¿Y si mis instintos fallaban y no encontrábamos el real centro de la tormenta? ¿Y si no aprendíamos cómo controlarla?
Esa era una duda que me atormentaba.
Esa noche acampamos cerca de un árbol fosilizado que había en una esquina junto a un río congelado. Creé con mi magia una