105.
Eran los brazos de Ismael los que estaban ahí para consolarme. En cuanto el grito salió de mi garganta, pude sentirlos fuerte en mi costado, ayudándome a levantar.
— Todo está bien. Está bien, te lo prometo. Estás a salvo — se subió a la cama y me cargó con fuerza, apretándome contra su pecho como si fuese una bebé inconsolable.
Las lágrimas me quemaban los ojos, empapándome los pómulos. Me limpié con dos fuertes manotadas. Ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado dormida. Para mí, habían sido más que un par de minutos, pero mi cuerpo descansado me indicaba lo contrario. Me abracé a la espalda de Ismael, dejando unas pequeñas gotitas en su camisa gris. No estaba vestido con su mono café que indicaba que era un lobo, ni yo con el mono blanco que indicaba que era humana, pero era mi habitación, la que me habían dado en el aquelarre.
Nos abrazamos por un largo rato, y yo metí mi cara en su cuello, aspirando su olor, sintiendo el fuerte latido de su corazón en su yugular, en mi fren