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Podía sentirlo profunda en mi interior, pero ya no como una sensación dolorosa en mi pecho. Era, más bien, como un profundo entendimiento. Estaba acostada en la cama que me habían dado dentro de la montaña, con mi mejilla recostada en el fuerte pecho de Mael, percibiendo el fuerte latido de su corazón.
Trabajaba con mi mano en el aire, creaba figuras extrañas con el vapor que salía de las puntas de mis dedos: copos de nieve, la flor que había visto en la aldea de la gente del bosque, cualquier cosa que pudiera imaginar, podía crearla con mis manos, con mi hielo. Sabía que podía ser. Haber estado a punto de morir, aquella adrenalina empujó por completo lo que me faltaba para terminar de comprenderlo.
Evidentemente, a mí me faltaba mucho. El mismo día en que desperté con la noticia de que Luna Azul ya había sitiado Flagela, inicié mi entrenamiento con el Maestro. No podía enseñarme a controlar mi poder, porque solo yo podría entenderlo. Pero él sabía que estaba asociado a las emociones,