100.
Con el corazón acelerado, martillando con fuerza en mi pecho, sentí retumbar mis oídos con su fuerte palpitar. Corrí hacia el rey Cuervo. Tenía que encontrar la forma de romper aquel hechizo que estaba sosteniendo con sus manos. Siempre las mantenía en el aire, como si aquello fuera importante para poder sostenerlo.
Entonces levanté las palmas de mis manos y dejé fluir mi poder. Esta vez ni siquiera pensé en qué quería que saliera de mí, en qué podría transformarse aquella magia. Solamente lo hice, sin pensar. Una ráfaga de viento salió de las palmas de mis manos y lo golpeó, pero no le provocó absolutamente nada; apenas dio dos pasos atrás. Entonces comprendí: cada vez que dejaba escapar mi poder de hielo tenía que concentrarme en algo, tenía que darle una forma específica.
Intenté pensar en un cuchillo, una espada, una lanza, algo que pudiera herirlo o romper su concentración. Pero lanzó una de sus plumas hacia mí. Esta vez no logré esquivarla y nadie logró evitarla por mí. Por suer