—¡Gregorio! —gritó Jessica, con lágrimas contenidas—. ¿Acaso no me amas?
Gregorio la miró fijamente. La desesperación en sus ojos era un espejo de la suya.
—¡Claro que sí! —exclamó, sujetando su rostro entre las manos—. Jess... ella está muerta. Solo por ahora. Pronto... pronto nos casaremos, te lo prometo.
Jessica esbozó una sonrisa forzada, rota.
—Está bien. Después de todo, yo no quiero vivir en la casa de una muerta.
Se acercó y lo besó con rabia contenida, con deseo reprimido, con algo parecido al odio.
Luego se marchó. Pero sus palabras no se fueron con ella. Se quedaron ahí, en el pecho de Gregorio, retumbando como ecos malditos.
***
En el hotel
Dhalia intentaba ponerse de pie, tambaleándose. Algo no andaba bien.
El calor subía desde su vientre como un fuego líquido que invadía cada rincón de su cuerpo.
Se sujetó de la pared y avanzó hasta el teléfono, con la intención de pedir ayuda, pero sus dedos temblaban.
Ricardo despertó bruscamente, empapado en sudor. Su respiración era a