Amadeo se acercó a ella con paso firme, hambriento, decidido.
No había dudas en su mirada. Solo deseo. Furia contenida. Hambre.
Tomó sus manos con fuerza y las alzó sobre su cabeza, presionándolas contra la fría pared de mármol. El contacto fue eléctrico. Dominante. Ineludible.
Abril soltó un jadeo, pero no fue de protesta. Fue rendición.
Entonces él la besó.
No fue un beso tierno. Fue un asalto de pasión, de necesidad, de rabia mezclada con deseo.
Sus labios se devoraban con urgencia, como si el tiempo les estuviera prohibido y solo tuvieran ese instante.
Las lenguas se encontraron, se buscaron, se reconocieron en una danza húmeda y provocadora que hizo que Abril cerrara los ojos, perdiéndose.
Su cuerpo se erizó, un estremecimiento la recorrió de pies a cabeza. Todo en ella ardía, palpitaba, quería más.
Amadeo rompió el beso solo para deslizar sus labios por su cuello, lentamente, como una serpiente de fuego que la recorría con delicadeza tortuosa.
Chupó, lamió, mordió suavemente su p