Las voces se alzaron como un eco de incredulidad, un susurro creciente que se esparció como pólvora por todo el salón.
La mujer hablaba con seguridad, sin temblor en la voz, sin rastro de vergüenza.
Sus palabras cayeron como cuchillas sobre la reputación de Abril, dejando a todos boquiabiertos, estupefactos, juzgando en silencio. Nadie podía creerlo.
Todos, menos Gregorio.
Él no murmuró, no pestañeó siquiera.
Sus ojos, oscuros y encendidos, se clavaron en la mujer con una mezcla de sorpresa y desconfianza, como si por un segundo dudara de estar entendiendo bien.
Luego, lentamente, su mirada se desvió hacia Abril. Y en ese instante, lo supo. Algo dentro de él cambió para siempre.
Aquello no era una simple habladuría. No era un escándalo pasajero. Esto... esto eran palabras mayores.
Una cosa era que Abril, con su carácter rebelde y su corazón confundido, se hubiera enamorado de un vulgar prostituto. Ya eso era una humillación suficiente para él, para su apellido, después de todo él le