—¿Quién es tu amante? ¿De qué hablas, Dora? —preguntó Amadeo, incrédulo, con un tono cargado de enojo y desconcierto.
La mujer lo miró apenas unos segundos, los labios temblorosos, como si quisiera confesar algo, pero su garganta se cerrara de golpe.
Entonces, sin más, su cuerpo se desplomó en un desmayo repentino, cayendo con pesadez sobre el suelo frío.
—¡Dora! —gritó Abril con un sobresalto, corriendo hacia ella, sus manos temblorosas sujetándola con desesperación—. ¡Amadeo, se ha desmayado! ¡Hay que llevarla a un hospital, pobrecita!
Amadeo la miró paralizado.
Su mente estaba hecha un caos, aún resonaba aquella palabra, amante, como un veneno incrustado en sus pensamientos.
Por un segundo dudó, como si su corazón se negara a reaccionar.
Fue uno de sus guardias quien rompió la inercia: cargó a Dora en brazos y salió rápidamente rumbo al auto.
—¡Vamos! —ordenó Amadeo con la voz rota.
Él y Abril subieron en otro vehículo.
***
Ya en el hospital, los minutos parecían eternos. Abril y A