Cuando Abril abrió los ojos, lo primero que vio fue el rostro de Amadeo inclinado sobre ella.
Sus pupilas estaban cargadas de preocupación, pero también de ternura.
Había permanecido junto a su cama todo ese tiempo, velando por su vida como si fuera un guardián incansable.
—Todo está bien, mi amor —susurró él, acariciando con suavidad su mejilla—. Nuestro hijo y tu futura nuera están a salvo.
Esas palabras fueron como un bálsamo que disipó la angustia de su corazón. Abril se relajó y dejó escapar un suspiro que parecía arrastrar con él todo el dolor acumulado.
—Y tú también estarás bien, Abril —continuó Amadeo con voz firme—. Porque eres valiente, porque nunca te has rendido.
***
Un mes después, por fin, pudo abandonar el hospital. El aire fresco, el calor del sol y el simple hecho de volver a casa le parecieron milagros. Amadeo la cuidaba como si fuese el tesoro más valioso del universo, incapaz de apartarse de su lado.
—Estoy bien, amor —intentaba tranquilizarlo ella—. Nada malo me