Mansión Dubois
La habitación estaba envuelta en una atmósfera opresiva. Las gruesas cortinas cerradas no dejaban pasar ni un rayo de luz, y el aire olía a perfume rancio, desesperación y rabia contenida. Rebeca caminaba de un lado a otro, con los tacones golpeando el suelo como martillazos, sus dedos crispados y el maquillaje corriéndose por el calor de su propio odio.
—¡Maldita sea! —gritó con furia, arrojando una copa de cristal contra la chimenea. El estallido del vidrio no calmó su ira, solo la encendió más—. ¡Amadeo Dubois, maldito seas! ¡Todo esto era mío, todo! ¡Y tú lo estás arruinando!
Su voz se quebró al final. Se detuvo frente al espejo, respirando agitada, con los ojos desorbitados, el cabello fuera de lugar. La imagen que le devolvía el reflejo era la de una mujer al borde del colapso… o del crimen.
Alguien llamó a la puerta.
—¡¿Qué quieres?! —soltó entre dientes.
La puerta se abrió con sigilo, y Benjamín, su jefe de seguridad, entró con paso firme. Cerró tras de sí y la o