Ricardo intentó besarla, con desesperación. Pero ella, firme, giró el rostro. Ese gesto simple, tan pequeño, le encendió algo oscuro por dentro. Un rugido primitivo brotó desde su pecho: deseo, rabia, hambre contenida. ¿Cómo era posible que solo con su silencio, solo con un rechazo tan sutil, ella lo incendiara así?
Tomó su rostro con fuerza, no violento, pero con una intensidad que la hizo contener el aliento.
Dhalia abrió los ojos, sorprendida, sus pupilas temblaban. Entonces él la besó.
Con furia. Con urgencia. Como si no hubiese mañana. Como si besarla fuera la única forma de respirar. Ella quedó sin aire, sin espacio para pensar.
Su cuerpo titubeó, quiso resistirse, quiso frenarlo… pero no pudo.
Él la llevó hacia atrás, cayendo con ella sobre la cama. Su peso la cubrió. Su boca descendió a su cuello, la besaba con hambre, como un hombre perdido que encuentra su única fuente de vida.
Dhalia cerró los ojos. El ritmo era vertiginoso. Demasiado.
Quiso detenerlo, hablar, pedir que baja