En el pasillo, Beth interceptó a Amadeo. Su expresión era dura, contenía una mezcla venenosa de despecho y satisfacción.
—¿Estás feliz, Amadeo? —preguntó con un tono amargo, venenoso, como si saboreara cada palabra—. Porque esa felicidad no te va a durar mucho.
Amadeo la miró con el ceño fruncido, sin comprender del todo la provocación.
Beth dio un paso más cerca, demasiado cerca, invadiendo su espacio personal con la mirada encendida por el rencor.
—Ernestina está embarazada… y es tu hijo el que lleva en el vientre —declaró con una calma escalofriante—. Y tengo pruebas.
Del bolso extrajo su teléfono y con un solo toque le mostró un video.
La pantalla brilló con una imagen desgarradora: él mismo, en una cama, sin camisa, con el cuerpo adormecido, mientras Ernestina lo acariciaba como si fueran amantes. Amadeo miró con atención.
Su rostro estaba ahí, sí, pero sus ojos cerrados, su cuerpo inmóvil… No podía saber si estaba consciente o no.
La sangre se le heló. Un frío punzante le subió p