Al día siguiente, Mia despertó con el corazón pesado.
El recuerdo de la noche anterior aún se deslizaba como un eco persistente por su mente.
El rostro de Aníbal, sus palabras, sus gestos… todo volvía a ella con una intensidad imposible de ignorar. Por más que quisiera apartarlo, seguía ahí, clavado en lo más profundo de su alma.
El sonido de su teléfono rompió el silencio de la habitación.
Un mensaje nuevo apareció en la pantalla. Al leer el nombre del remitente, el aire se le quedó atascado en los pulmones. Era él. Era Aníbal. Dudó un instante antes de abrirlo, pero la curiosidad pudo más.
«Recuerdas que tenemos una cita juntos, ¿verdad? Pasaré por ti en tres horas».
El mensaje la estremeció. Un escalofrío recorrió su espalda. Su corazón latía con fuerza, casi desbocado. Intentó calmarse, pero era inútil. Por más heridas que llevara dentro, por más razones que tuviera para odiarlo, seguía sintiendo demasiado por él.
Se levantó lentamente, abrió el armario y eligió aquel vestido que t