Gregorio estaba al borde del colapso.
El dolor de cabeza era insoportable, pero no era solo físico: era como si su cráneo ardiera con viejos recuerdos que habían estado enterrados durante años.
Imágenes borrosas de su padre, del día en que lo perdió, regresaban como un torrente imparable.
Hacía mucho tiempo que no recordaba nada de ello… o tal vez, simplemente lo había bloqueado.
Pero ahora, verlo… a su abuelo, su último pilar familiar, hundido en la fragilidad de la muerte inminente, conectaba con ese viejo dolor, y lo revivía todo. Todo.
El sonido distante de la ambulancia rompió la tensión, chirriando como una promesa amarga.
Cuando los paramédicos irrumpieron, Gregorio apenas pudo moverse, pero su abuela lo tomó del brazo y juntos subieron al vehículo con el anciano.
Su mente iba en blanco, pero su corazón latía con fuerza, como si cada pulsación le gritara que algo más estaba a punto de romperse.
Mientras tanto, Sarahi ya se encontraba en el coche.
Sus manos temblaban apenas, no