Abril sintió que el alma se le desplomaba como un castillo de arena arrasado por una ola furiosa… y luego, sin aviso, volvió a subirle al pecho con violencia, como si algo se encendiera dentro de ella. El corazón le palpitaba con fuerza, desbocado, y una especie de temblor la obligó a apoyarse en el barandal del balcón para no caer. Le temblaban las piernas. El viento frío de la madrugada le rozó el rostro como una caricia maternal, como si la misma noche entendiera el peso insoportable de lo que acababa de escuchar.
Gregorio… ¿Recordándolo todo?
El nombre se le repitió en la mente, como un eco que no terminaba nunca. Los recuerdos se abrieron paso con brutalidad: su voz profunda, esa risa que una vez la había hecho sentir a salvo, y sobre todo, sus ojos… esos malditos ojos que sabían mirarla como si fuera lo único que existía en el universo. Todo lo que pensó que estaba enterrado, todo lo que había jurado olvidar… ¿Realmente había vuelto?
Un nudo le cerró la garganta. Las lágrimas le