Mia soltó el arma con un temblor casi incontenible, dejando que cayera al suelo cerca del hombre que había estado amenazando.
Su respiración era agitada, entrecortada, y retrocedió unos pasos hasta acurrucarse en sí misma, formando un ovillo, intentando desaparecer ante la violencia que la rodeaba.
Su corazón latía con fuerza, cada golpe resonando en sus oídos como un tambor de guerra. Estaba aterrada, sus manos temblorosas se cubrieron el rostro mientras sus lágrimas empezaban a deslizarse, calientes, rápidas y amargas.
Aníbal irrumpió en la habitación, su presencia fuerte y decidida contrastaba con la vulnerabilidad de Mia.
La vio temblar, acurrucada en el suelo, y su mirada se llenó de preocupación y tensión. Sin vacilar, corrió hacia ella, esquivando los cuerpos inmóviles y bañados en sangre de los hombres que habían caído durante el enfrentamiento.
Su corazón también latía acelerado, pero su determinación era férrea: protegerla a toda costa.
—Mia, ¿estás bien? —preguntó suavement