Gregorio se quedó paralizado, como si la escena frente a sus ojos le hubiera robado el aliento.
La sangre en el piso, los gritos de Abril y la expresión desencajada de Jessica se grabaron en su mente como una fotografía imposible de borrar.
En cuestión de segundos, llegaron los paramédicos y enfermeras.
El sonido de las ruedas de la camilla retumbó en el pasillo, acompañado por las órdenes rápidas y secas del personal médico.
Subieron a Jessica con precisión, intentando estabilizarla mientras ella lloraba desesperada.
—¡Mi bebé! —sollozaba con un hilo de voz quebrado—. ¡Salven a mi hijo, por favor!
Amadeo no perdió tiempo. Se acercó a Abril y la atrajo contra su pecho con fuerza, protegiéndola instintivamente. Ella lo miró con ojos empapados de lágrimas, temblando.
—¡Juro que no le hice daño! —la voz de Abril salió ahogada, cargada de angustia—. Te lo juro, no fui yo…
Amadeo le acarició la cabeza, mirándola con firmeza.
—Te creo, mi amor… te creo.
En la sala de espera, el tiempo se vo