—Gregorio… —la voz de Abril fue suave, pero firme, con esa serenidad que duele más que cualquier grito—. Alguna vez nos amamos, y eso fue real, sincero… y hermoso mientras duró. Pero lo que pasó… —sus ojos se humedecieron— fue un accidente y también una decisión. Tú elegiste no creerme… y yo elegí olvidarte.
Hizo una pausa, dejando que las palabras calaran hondo.
—Me enamoré otra vez… como nunca imaginé que podría hacerlo. Amo a mi esposo, amo a mi hijo… y amo la vida que tengo a su lado. Lo siento, pero no podría volver contigo, incluso si Amadeo no existiera… porque aprendí a amarme lo suficiente para no conformarme con menos de lo que merezco.
Gregorio parpadeó, tragando con dificultad mientras la escuchaba.
—Te deseo lo mejor, pero… —ella inspiró profundo— nunca estaremos juntos de nuevo.
Se levantó, evitando su mirada.
No quería ver las lágrimas contenidas en sus ojos, ni el rastro de dolor que había dejado en él.
Se giró hacia la puerta y, al abrirla, lo vio.
Amadeo estaba ahí,