Al día siguiente.
El doctor se acercó a los abuelos Villalpando
—Creemos que el paciente va a resistir —dijo, dejando escapar un suspiro que parecía llevar días retenido—. Tuvo un neumotórax. Por quince días estará conectado a una máquina, pero… se estabilizará.
El silencio que siguió fue denso, casi opresivo.
Los abuelos Villalpando intercambiaron una mirada y, por primera vez desde la tragedia, el nudo en sus pechos pareció aflojarse.
Sarahi, que hasta ese momento había estado de pie junto a ellos con los brazos cruzados y el ceño fruncido, dejó escapar un suspiro más audible de lo que hubiera querido.
Entonces, a lo lejos, vieron a Abril acercarse. Caminaba despacio, con una calma fingida que apenas lograba sostener, sus ojos enrojecidos delatando la tormenta que había atravesado.
—Lamento esto —dijo con voz suave, pero cargada de una sinceridad que casi dolía.
La abuela Villalpando, con las manos temblorosas, buscó la mano de Abril y la apretó con fuerza.
—No es tu culpa, cariño.