El aire olía a metal oxidado y humedad.
Ivana abrió los ojos lentamente, la cabeza le daba vueltas, y el gusto amargo de la droga todavía le pesaba en la lengua. La luz que se colaba por la rendija del techo era débil, apenas suficiente para distinguir las sombras que se movían fuera del cuarto.
Parpadeó, intentando enfocar el entorno, habían paredes de concreto desnudo, una puerta metálica sin picaporte y una sola silla rota en la esquina. El sonido distante del agua goteando se mezclaba con un murmullo de voces masculinas.
El miedo no fue inmediato. Llegó después, cuando intentó levantarse y notó las marcas en sus muñecas, la piel estaba enrojecida, los rastros de las cuerdas todavía marcaban su carne.
Recordó fragmentos, como flashes, el mensajero, el pinchazo, la oscuridad. Y luego nada.
Se acercó cojeando hasta la puerta. Pegó el oído contra el metal frío. Las voces eran claras ahora.
—La orden es deshacernos de ella antes del amanecer. —La voz era ronca, cansada.
—¿Y el Cuer