Luego de que el auto se perdiera en la distancia, Liliana caminó hasta la cómoda, apoyó sus manos sobre la superficie plana y mirándose al espejo, se confrontó a sí misma:
—Deja ya de pensar en Alessandro Fiorini. —dijo apretando con fuerza sus dientes.— Él es tu cuñado. —enfatizó con determinación.
Se acercó hasta su cama y se dejó caer sobre el colchón como si su cuerpo ya no pudiera sostener tanto peso.
Su mente no dejaba de darle vueltas al asunto mientras las advertencias de su amiga retumbaban en su cabeza con insistencia:
“Es algo peligroso…” “Enrico Castello es un ser despreciable y perverso…”
Liliana se mordió el labio inferior, dudando de si había tomado la decisión correcta o si aún podía echarse para atrás.
Tomó su móvil y marcó el número de su abogado. Aguardó por un sexto repique y no obtuvo respuesta. ¿Dónde podría estar? Se preguntó. Suspiró con frustración, decidió enviarle un audio corto pero directo, informándole de los “pequeños” cambios en el plan origina