—¿Tuviste algo que ver con ello? —preguntó con severidad mientras la sujetaba con fuerza:— Contesta, tú la ayudaste a escapar de la habitación.—No pensarías que iba a dejar que mi madre y tú se divirtieran, mientras yo tengo que casarme con un hombre como Enrico Castello. —contestó con una sonrisa de satisfacción en sus labios. —Ese no es mi asunto, Emma. Lo que hiciste puede causarme serios problemas con tu madre y tu hermano. —reclamó con hostilidad.—No me importa, Franco. Sólo me importas tú. —dijo rodeándolo por el cuello con sus brazos. —Te has vuelto loca. —replicó aportándole los brazos de encima— Si alguien nos ve, estaré despedido y peor aún muerto. —Mi madre no te hará daño, lo sabes. Y si a ver vamos creo que estando muerto, ya no tendré que sufrir imaginándote junto a ella. —Te has convertido en una mujer obsesiva y eso no me agrada, niñita malcriada. —dijo y la tomó del brazo, abrió la puerta de la habitación contigua y la metió a la fuerza. Franco la arrinc
—¡Dios, no puede ser! —exclamó, con voz apenas audible, como si el miedo y la desesperación hubieran estrangulado sus palabras. La frustración y el pesar, se apoderaron de ella, nublándole la mente. Cuando finalmente se sintió libre, descubrió que no sólo no sería fácil salir de esa habitación, sino que estaba presa en aquel lugar. Debía encontrar una manera de escapar de aquella recámara antes de que alguien descubriera donde estaba. Sabía que no alcanzaría a hacerlo por la puerta ya que estaba cerrada. Una idea se encendió en su cabeza: —¡La ventana! —murmuró. Se dio la vuelta quedando de frente con el frío cristal. La luz tenue que se filtraba a través del vidrio empañado, iluminó su rostro pálido y desencajado. La posible vía de escape que había imaginado, se convertía en una barrera insuperable. La altura que había entre la ventana y el suelo, era abismal, parecía burlarse de ella. La sensación de libertad que había experimentado momentos antes, se desvaneció como el hu
El móvil de Alessandro comenzó a sonar, obligándolo a abandonar la cerradura. Sacó el móvil de su bolsillo, estaba aguardando por aquella llamada, por lo que se dirigió hasta el final del pasillo cuidando de que nadie pudiese oír su conversación privada. Liliana escuchó los pasos alejarse. Exhaló un suspiro hondo, se había salvado por segunda vez. Mientras tanto, Franco recibió el reporte de los guardias principales; Liliana seguía sin aparecer:—Aún no ha salido de la mansión. —específico uno de ellos. —No puede haber desaparecido como si se la hubiese tragado la puta tierra. Busquen donde sea, hay que encontrarla a como dé lugar —ordenó con severidad. La búsqueda se había vuelto infructuosa. Él mismo, se había ocupado en registrar una a una las habitaciones de la segunda planta, sin obtener resultados positivos. Aquella mujer no podía andar muy lejos, tenía que estar escondida en alguna parte. Tampoco era posible que hubiese logrado salir de la mansión en tan corto tiempo,
Liliana se mantuvo oculta detrás de la puerta del baño que permanecía abierta. Su pecho retumbaba imparable, tomó aire para mantenerse calmada y controlar su angustia. Alessandro entró silbando alguna canción, se veía relajado y contento. Pasó frente a ella como todo un adán bíblico, sin su hoja de parra, estaba totalmente desnudo.La pelinegra tragó saliva. ¿Quién se cree este tipo? Pensó ¡Qué falta de pudor exhibirse como si nada! Se dijo a sí misma. Mas, sus ojos no se apartaban de la parte baja de aquella espalda perfectamente bronceada. Su mirada permanecía fija, centrada en la curva de sus firmes glúteos y su masculinidad. Nunca antes, Liliana sintió tanto deseo por alguien que no fuese por Enzo, su esposo. Sacudió ligeramente su cabeza, negando lo que sentía, apartando de su mente aquellas ideas perversas e irracionales. Alessandro, abrió la llave de la regadera, luego se metió en la tina. Liliana pensó en que era el momento perfecto para salir de aquel lugar. De forma
En la habitación contigua, Emma y el guardaespaldas de su madre se encontraban sumidos en el placer, dejándose llevar por una pasión desbordada que los envolvía, entregándose al deseo de dos amantes clandestinos. Sus sombras se reflejaban en la pared escenificando lo sórdido de aquel encuentro sexual. Franco sujetaba con ambas manos su cadera, mientras su polla entraba y salía con precisión y fuerza dentro de Emma. Ella en tanto, se aferraba a las sábanas de seda, mientras con gemidos cortos y ahogados se deleitaba escuchando el leve sonido emitido por el choque de sus pieles cuando sus nalgas eran percutidas por la pelvis de Franco cada vez que entraba o salía dentro de ella. La pelirrubia se incorporó quedando de rodillas, mientras el guardaespaldas la rodeaba con sus brazos, manoseando sus pechos pequeños y firmes y penetrándola con fiereza. Segundos antes de correrse en su interior, sacó su polla y dejó que sus fluidos se deslizaran sobre la orilla del colchón. Agitado por
Rápidamente, la información sobre la aparición de Liliana llegó a los oídos de Elena, quien sonrió satisfecha con la eficiente actuación de su guardaespaldas. Sin darle mucha espera a aquel segundo encuentro con su nuera, Elena fue hasta la habitación de la pelinegra. Movió el picaporte y sin anunciarse, entró a la recámara de forma inesperada. Liliana, quien en ese preciso instante, se estaba midiendo uno de los vestidos que la sirvienta le llevó, dio un paso hacia atrás al ver que se trataba de Elena Fiorini. —¿Qué hace aquí? —preguntó sosteniendo la parte alta del vestido y cubriendo su pecho. — ¿Quién le dio permiso para entrar de esa manera? Elena dejó escapar una carcajada siniestra y breve. Inmediatamente recuperó el gesto de seriedad y la actitud gélida que la caracterizaban. —Es mi casa, son mis reglas y soy yo quién dice que se hace y que no en ella. —aseveró, acercándose a Liliana con una actitud desafiante. Continuó diciendo:— ¡Soy la única que pueda entrar y
La puerta se abrió lentamente, la silueta de un hombre se dejó ver en medio de la oscuridad. Entró con sumo cuidado de no despertarla, verla así tan vulnerable resultó un poco difícil para él. Dejó sobre la cómoda la bandeja con el jarrón de agua y un plato con varios trozos de pizza. Sus pechos estaban semi descubiertos, y aunque deseaba acariciarla, se retrajo. No podía dejar que ella viese su lado débil. Tomó la sábana con suavidad y cubrió su cuerpo. Con la punta de sus dedos rozó su hombro y ella pareció despertarse, pero sólo se giró de lado. Liliana estaba tan agotada por el viaje y el cansancio que se quedó profundamente dormida luego de su altercado con Elena Fiorini. El hombre salió sigilosamente antes de que la pelinegra pudiese despertar y notar su presencia dentro de la recámara. La mañana siguiente, cuando despertó, vio sobre la cómoda la jarra con agua. Sedienta, se levantó de la cama con rapidez, tomó la jarra y bebió directamente de ésta. Sintió el líquido humed
El abogado tomó del interior de su maletín, el abre carta y abrió el sobre amarillo. Los sellos externos eran la evidencia de un documento legalizado y notariado por los organismos legales. Todos miraban con detenimiento cada movimiento del abogado, ansiosos por conocer el contenido del testamento de Enzo Fiorini. El abogado, con un movimiento firme abrió su maletín de cuero, sacó el sobre amarillo. Los sellos, aún brillantes, mostraban la autenticidad del documento y su legalidad incuestionable. Buscó entre los papeles el elegante abrecartas de plata, sus dedos se cerraron sobre el filoso instrumento y con un deliberado gesto, abrió el sobre amarillo. El silencio en la habitación era denso, sólo se rompió con el crujir del papel al ser abierto. Liliana sintió un nudo en la garganta, posiblemente igual al que sintieron el resto de los presentes. A diferencia de los Fiorini, ella no quería estar en ese lugar, no tenía interés en el contenido de aquel sobre. Ellos, en tanto parecí