68. Pov Niki
El sonido de las ruedas del auto sobre el asfalto se mezclaba con el de mis pensamientos, caóticos, desordenados. Smith no decía una palabra. Iba al volante con la mirada fija en el camino, las manos firmes, sin una sola distracción. No necesitaba hablar para imponer respeto; era de esos hombres que transmitían autoridad con solo existir.
Yo, en cambio, me sentía una cuerda tensada al límite. Apretaba la cartera sobre mi falda como si eso pudiera darme algo de estabilidad.
El paquete.
El conejo.
La nota.
Cada imagen volvía una y otra vez como un latigazo.
—Va a estar todo bien, señora —dijo Smith sin mirarme.
Lo miré de reojo.
—No soy “señora”.
—Lo sé —respondió, apenas con un atisbo de sonrisa—. Es costumbre. Señorita.
Me limité a asentir. Mi garganta estaba seca. En mi cabeza, la escena se repetía con un realismo enfermizo: la caja sobre el mármol, el olor a muerte, la sangre. Quise pensar que era una advertencia vacía, una forma de intimidación, pero el miedo no atendía a la ló