62. Pov Dan
El amanecer se filtraba por las cortinas entreabiertas, tiñendo la habitación de un tono dorado y suave. El silencio era tan frágil que temía romperlo si respiraba demasiado fuerte.
Ella dormía a mi lado, el cabello revuelto sobre la almohada, una mano descansando sobre mi pecho. Su respiración pausada me rozaba la piel, marcando un ritmo que podría escuchar toda la vida.
Nunca había sentido algo así.
No solo el deseo que aún me recorría las venas, sino esa paz extraña, esa sensación de pertenecer a un lugar que no había vuelto a sentir desde pequeño.
La observé durante un largo rato, intentando grabar cada detalle: el arco suave de sus labios, la curva apenas visible de su hombro desnudo bajo la sábana, la forma en que el sol comenzaba a dibujar líneas de luz sobre su piel.
Y, sin embargo, junto a esa calma, me carcomía algo más profundo.
La verdad.
La maldita verdad que todavía no me animaba a decirle.
No me llamaba Dan.
No del todo.
Era Daniel, sí, pero no Daniel Leroux
Era e