Capítulo 8. El Contrato.
La mano de Maya tembló levemente antes de que esta asintiera, un movimiento casi imperceptible, pero que pesaba como un mundo entero. Sus labios se movieron, pero no salieron las palabras. El «sí» se ahogó en un nudo de angustia en su garganta, en un grito silencioso que solo ella oía. La vida de su abuela valía más que todo su orgullo.
Elliot la observó, pero sus ojos esmeralda no reflejaban ningún rastro de triunfo. Solo había una fría satisfacción, una eficiencia casi clínica. Se reclinó en el asiento, el roce del cuero lujoso era apenas audible.
—Sabía que entrarías en razón, Mayita —dijo con una voz tranquila, sin el sarcasmo habitual. Así era más intimidante—. No hay tiempo para sentimentalismos. La vida de tu abuela no espera tus dramas.
De un elegante maletín de cuero que nadie había visto, Elliot sacó un fajo de papeles impecablemente blancos. El sello de un bufete de renombre adornaba cada hoja.
—Esto es un acuerdo prenupcial modificado para nuestras peculiares circunstancia