El coche avanzaba por la carretera secundaria como una sombra deslizándose por la oscuridad. Las luces del tablero iluminaban tenuemente el rostro de Viktor, revelando apenas el filo de su mandíbula tensa y el brillo apagado en sus ojos. Sostenía el volante con una sola mano; la otra descansaba sobre la pierna de Alina, inconsciente del gesto pero inevitable, como si al tenerla cerca pudiera asegurarse de que seguía allí, intacta.
No hablaba. No podía.
El silencio en la cabina del Mercedes era denso, casi físico. Solo el motor y la respiración entrecortada de Alina rompían la quietud. Boris conducía delante, abriendo paso con su camioneta, sin necesidad de instrucciones. Sabía lo que tenía que hacer. Sabía que su jefe necesitaba ese momento. Un espacio entre la rabia y la razón.
Viktor no miraba a Alina directamente. Sabía que estaba observándolo, que sus ojos grandes, más claros, más azules, y los párpados inflamados por las pocas lágrimas que derramó involuntariamente. Los tenía fij