CIRO
—¿Desea ordenar, señor?
Miro la carta y miro a la moza; una infernal moza morena de revoltosos rizos y escote pronunciado.
—Estoy esperando a alguien —cierro el menú y se lo devuelvo—. Tráeme un brandy, por favor.
Vuelco la mirada a mi Rolex; son 13:28
—Por supuesto —la empleada se da la vuelta dignándose a recorrer otras mesas de su sector y a otros comensales.
Mientras aguardo me cruzo de piernas, jugando con la caja de cigarrillos en lo que veo entrar a un nuevo cliente.
Intento no inmutarme con su estelar aparición. Mi expresión no cambia, se mantiene seria e inalterable; tan fría como un glaciar y en calma como un Buda.
—¿Llegué tarde? —le sonríe al camarero que la guió y luego me sonríe a mí.
—Para nada —contesto—. Puntual como siempre.
Apoya la cartera en una amplia mesa de vidrio y manteles ocres. Una Fendi de cuero blanco y cadenas doradas. Cadenas que me ponen a tragar grueso.
Esta mujer me va a matar con tanta cosa pecaminosa que me hace pensar.
Rechaza el ofrecimiento