Luca podía imaginarlo en su oficina, con la misma expresión de siempre, sin demostrar emoción alguna.
Finalmente, su padre habló con tono más frío.
—No voy a interferir. Pero cuando esta idea fracase, porque lo hará, quiero que seas tú quien le abra los ojos.
—Si fracasa, Luca aprenderá de eso. No necesita que le abran los ojos, necesita que lo dejen intentarlo.
—Adriano... —comenzó Enzo, pero su hijo mayor ya no estaba interesado en seguir la conversación.
—Tengo trabajo que hacer. Adiós, padre.
Colgó la llamada antes de que Enzo pudiera decir otra palabra.
Se hizo un silencio en la sala.
Luca lo rompió primero.
—No tenías que hacerlo.
Adriano lo miró con seriedad.
—Sí, sí tenía que hacerlo.
Se inclinó hacia adelante y apoyó los codos en la mesa.
—Escucha, Luca. No te voy a mentir. No sé si esto funcionará. No sé si Vittoria volverá a la Serie A o si terminaremos hundidos. Pero lo que sí sé es que prefiero arriesgarme en esto contigo que pasarme la vida preguntándome qué habría pasad