ONYX
Estoy entrenando con Casy. Lanzo un golpe. Ella lo esquiva ágilmente y yo le devuelvo con una patada baja. Casy es mi mejor amiga desde siempre. Tiene diecisiete años, es una guerrera beta, la hija menor del beta de mi padre. Entrenamos juntas desde que tenemos memoria. Es excelente en combate cuerpo a cuerpo, y una buena contrincante. Pero hoy, mi mente está en otro lado. El estrés del viaje a Luna Serena, y sobre todo, haber encontrado a mis compañeros destinados, me carcome. No he dicho nada. Nadie lo sabe. Y guardarme ese secreto me está envenenando por dentro. —¿Y? ¿Te trajiste guerreros sexis y guapos de Luna Serena? —pregunta Casy mientras me hidrato, sonriendo con picardía. Levanto las manos, fingiendo indiferencia. —Vienen varios... pero no están tan guapos. Eitan está más bueno —le contesto con una sonrisa ladeada. —Mmm... bueno, igual me pasaré por los comedores. Si hay ganado nuevo, lo probaré primero —responde riendo. Me encojo de hombros. —Ay, Onyx —suspira, acercándose con una sonrisa traviesa—. ¿Cuándo dejarás tu modo mojigata y te lanzarás de una vez a los placeres de la carne? Y sin previo aviso, me empieza a hacer cosquillas. Me río y trato de apartarla, pero es rápida. TOC TOC. Ambas nos detenemos cuando golpean la puerta. Me incorporo, aún riendo, pero al ver al guardia real, mi humor cambia. —Alfa Onyx —dice, inclinándose—. Un nuevo guerrero intentó rebelarse y renunciar. El beta Denis Hall lo mandó al calabozo y al área de castigos. Creo que será... —¡Mierda! —grito, saliendo corriendo. Mi corazón late con furia. Todavía hay problemas con mi gente. Papá nunca prohibió los castigos con látigo y Denis, ese viejo desgraciado, sigue usándolos. Odio eso. Será lo primero que erradique cuando asuma el mando. Corro como loca, en ropa de lucha, sudada y ceñida al cuerpo. Apenas entro al área de castigos, el olor del miedo me golpea. Y entonces lo escucho: PLAK. Un latigazo. Grrrr. El gruñido que sigue no es humano. Es un aullido de dolor contenido. Otro latigazo. Corro. Empujo la puerta y entro justo a tiempo. — "¡Basta!" —ruge mi loba, Eko, dentro de mí. El verdugo deja caer el látigo de inmediato. Se inclina, intimidado. Cuando Eko se manifiesta, hasta el guerrero más temido se arrodilla. Camino decidida hasta el guerrero castigado. Está de espaldas, arrodillado, con la piel abierta y ensangrentada. Pero algo me detiene en seco. Su aroma... es único. Me invade. ¡Él! Es uno de los Putos. Uno de mis destinados. El que huele a una sola loba. —¿Qué he dicho sobre los castigos con látigo? —mi voz retumba en el espacio. Firme. Fría. —Solo seguía órdenes del beta Hall... —balbucea el verdugo. —¿Qué hizo el guerrero? —Se negó a entrenar. El beta Hall ordenó un castigo ejemplar. —Queda prohibido el uso del látigo a los guerreros nuevos. Solo se aplicará si cometen faltas graves. Me acerco a él. Su espalda está reventada. Le dieron tres azotes sin piedad. Mis ojos se nublan de rabia. —Llévenlo al calabozo. Solo veinticuatro horas. —Mi voz es un filo. Salgo furiosa. Esto no se quedará así. Denis Hall va a saber lo que se siente ser azotado si vuelve a actuar por su cuenta. Dos horas después, tras dejarle muy claro a Hall lo que opino de sus métodos medievales, me aseo y me visto. Uniforme negro. Insignia real en el pecho. Soy la Alfa. Me dirijo a los calabozos. Debo concentrarme. Uso la manilla que bloquea aromas. Porque su olor... su olor vuelve loca a Eko. Pero debo ser fuerte. Soy la Alfa, no una loba en celo. Abro la puerta. Está agachado, sin camisa. Su espalda sangra aún. Su herida debería cerrarse, pero no es un alfa ni un beta puro. Su cuerpo tarda en sanar. —¿Qué haces aquí? —me espeta con rabia, levantando la mirada. Sus ojos me fulminan. —¿Vienes a cerciorarte de que me hayan encerrado en este maldito calabozo? —gruñe. —Debiste obedecer, Putito. Y no te hubieran castigado —le respondo, con una sonrisa cruel. Se levanta de golpe, desafiándome. Me sobrepasa en altura y fuerza. Yo apenas tengo dieciséis años y mi cuerpo es más ágil que fuerte, pero no me achico. — Voltea. — le pido, pero el aún sigue desafiandome y solo me ve. —¡Que te voltees, te digo! —ordeno, y aunque le cuesta, lo hace. Me acerco. Saco una uña, rasgo la piel de mi brazo, y dejo que la sangre gotee en un vaso improvisado. Me acerco a él. Eko ruge de satisfacción. Derramo la sangre sobre su herida, con mis dedos, en segundos, comienza a sanar. Porque es mío. Y no dejaré que nadie más lo marque. Salgo del calabozo. Mientras camino por el pasillo de piedra, recuerdo al otro puto. Me encamino hacia el área de entrenamiento, pero lo encuentro en el comedor. No ha almorzado. Está sentado, solo, pero no completamente. Mi sangre se hiela. Una loba del común le acaricia la espalda con una familiaridad que me crispa. Ese gesto no es inocente. No con mi destinado. Camino directo hacia ellos, y cuando me planto frente a la mesa, la chica se inquieta de inmediato. —Alfa —musita, bajando la mirada. —Vete —le ordeno sin mirarla. Ella obedece sin rechistar. Entonces él alza la vista. Tiene los ojos rojos, probablemente por la rabia o por lo que le hicieron a su hermano. O por ambas cosas. —Tú tienes la culpa. Tú nos trajiste —dice con la voz cargada de veneno, y una mirada furiosa. —Recibirán clases de obediencia, putito. —le respondo, cruzándome de brazos. —No tienes derecho a decidir por nosotros. Estámos aquí en contra de nuestra voluntad... Suelto una risa seca y me reclino con calma, ignorando sus acusaciones estúpidas. —Pues ahora te acostumbras, putito. Y otra cosa: nada de lobas. Si te veo con otra, te mando a capar. Mis palabras lo sacuden. No es tan impulsivo como su hermano, pero este sí se atreve a retarme con la mirada. —No lo harías —dice, firme, con la voz temblando entre el coraje y las lágrimas contenidas. Lo observo un segundo, sin parpadear. —Pruébame —le digo con tono bajo y peligroso, y me doy media vuelta, dejándolo con el nudo en la garganta. Camino como lo que soy: la Alfa, la próxima alfa suprema. Mis botas resuenan en el pasillo de piedra, frías, firmes. Pero apenas he dado unos pasos cuando escucho su voz otra vez. Ya no grita. No desafía. —Alfa ... Me detengo, con la espalda aún hacia él. Su tono ha cambiado. Es más bajo. Más humano. Casi... suplicante. —Por favor —añade—. Solo dime... ¿está bien? ¿Dónde lo tienen? Cierro los ojos por un segundo. Sus palabras se arrastran hasta un lugar blando en mí que intento no mostrarle. Respiro hondo y me obligo a mantener la compostura antes de girarme apenas, apenas lo suficiente para que escuche mi respuesta. —Está bien —le digo sin mirarlo—. Lo curé yo misma. Silencio. —Está en el calabozo —añado, con un dejo de molestia—. No fue decisión mía que lo azotarán. Pero así fue. Doy un paso más, pero esta vez mi voz es más baja, aunque sigue firme: —Lo verás mañana. Pero más les vale aprender a obedecer si no quieren terminar otra vez en una celda. Él no responde. Pero puedo sentir cómo su lobo se calma... al menos un poco. Sigo mi camino, sin volver a mirar atrás. Porque si lo hago... puede que Eko me traicione. ─────────────────