La mano de Daniel se movió, finalmente, rozando su mejilla con la delicadeza de quien toca un objeto sagrado. Su piel estaba ardiendo, y el contacto fue como una chispa en un barril de pólvora.
Lucía cerró los ojos, rindiéndose al momento. Esto está mal. Esto está muy mal. Él es mi jefe. Él es...
“Él es Marco.”
Cuando abrió los ojos, él estaba más cerca. Tanto que podía ver las pequeñas arrugas alrededor de sus ojos, las que hablaban de sonrisas genuinas y preocupaciones reales. Tanto que podía sentir el temblor casi imperceptible de su respiración.
—Dime que pare —susurró él, pero su otra mano ya estaba deslizándose por su cintura, atrayéndola hacia él.
—Debería... —comenzó ella, pero las palabras se perdieron cuando sintió la solidez de su cuerpo contra el suyo.
Sus labios estaban a centímetros de los de ella. Un centímetro. Medio centímetro. Un suspiro de distancia.
BZZZZT.
El intercomunicador del ascensor cobró vida con toda la delicadeza de un martillo neumático, su voz metálica