Clic. El encendedor de plata se encendía y apagaba en su mente como un faro intermitente. Clic. La pequeña cicatriz se dibujaba en su memoria con la precisión de un bisturí. Clic. Los ojos azules de Marco se superponían con los de Daniel hasta formar una sola imagen que la perseguía incluso en sueños.

Lucía había pasado la madrugada anterior sentada en su cocina, rodeada de una taza de café que se enfriaba y las piezas de un rompecabezas que comenzaba a formar una imagen que la aterrorizaba y la emocionaba a partes iguales. ¿Cuántas señales necesita una mujer inteligente para admitir lo que su corazón ya sabía?

Su apartamento se había convertido en una sala de guerra privada. Había extendido sobre la mesa de centro todos los indicios como un detective obsesivo: la servilleta del club donde había garabateado "Marco - ojos azules - cicatriz", la tarjeta de presentación de Daniel que había estado estudiando como si fuera un código secreto, incluso una fotografía de la revista Forbes dond