"Agujeros negros."
Las palabras se habían incrustado en el cerebro de Daniel como una astilla de cristal, cortando cada pensamiento coherente que intentaba formar. Agujeros negros. Absorben toda la luz. Era una frase que había escuchado antes, en labios de otra mujer, en otro contexto, cuando él era Marco y el mundo era más simple.
¿Coincidencia? La palabra rebotaba en su mente como una pelota de ping-pong enloquecida. ¿O estrategia?
Daniel se encontraba sentado en su oficina a las tres de la madrugada, contemplando la ciudad dormida desde su trono de cristal y acero. Su corbata colgaba deshecha sobre el respaldo de la silla, su camisa tenía dos botones desabrochados, y sus cabellos —habitualmente peinados hacia atrás con precisión militar— mostraban rastros de los dedos que habían pasado por ellos demasiadas veces.
Soy el CEO de una multinacional, se recordó, no un adolescente paranoico que cree que su novia está leyendo sus mensajes.
Pero la lógica empresarial, esa que lo había llev