Si ahora… o nunca.
Lucía enderezó los hombros, consciente de cómo el movimiento realzó el escote de manera que varios hombres en mesas cercanas derramaron sus bebidas simultáneamente. El poder femenino era embriagador, decidió. Debería usarlo más a menudo.
—Marco —repitió, esta vez con voz más firme, más controlada, más... seductora—. Aquella noche... te fuiste muy rápido.
¿Muy rápido? ¿Eso es lo mejor que puedes hacer? Suenas como si le estuvieras reprochando llegar tarde a una cita de negocios.
Marco ladeó la cabeza, una sonrisa jugando en las comisuras de sus labios como un gato que ha encontrado un ratón particularmente entretenido.
—¿Y esperabas que me quedara a ver los rosales crecer?
La respuesta la golpeó como una bofetada amigable. Touché, pensó. Pero yo también puedo jugar a este juego.
Los ojos de Marco bailaron con diversión, esperando su siguiente movimiento en este ajedrez erótico. Lucía sintió el peso de las expectativas: las suyas, las de Sofía, las de todas las novela