48.
SOPHIE
El coche permanece detenido frente a la mansión durante más tiempo del necesario. Christopher no apaga el motor de inmediato y yo no le digo nada. Aprendimos, sin hablarlo, que hay conversaciones que no pueden darse en movimiento. Necesitan quietud. Necesitan espacio para doler.
Miro la fachada iluminada. Las ventanas altas. La calma que contrasta con el caos del tribunal. Me pregunto, no por primera vez, si esta casa es un refugio o solo una burbuja que tarde o temprano va a estallar.
—Cuando salimos del juzgado hoy —digo finalmente— y vi a la gente mirarnos como si fuéramos un espectáculo… sentí vergüenza. No por ti. Por mí. Por no saber qué lugar ocupo en tu vida ahora.
Christopher suelta el volante despacio.
—Yo tampoco lo sé del todo —responde—. Pero sé que no quiero que te sientas sola otra vez.
—No quiero sentirme sostenida por obligación —replico—. Ni por culpa. Ya viví así.
Me mira, serio.
—No es culpa —dice—. Es elección. Todos los días.
El silencio vuelve a