03.

SOPHIE

La nueva casa de mi madre es realmente un shock visual.

Durante todo el camino intenté recordar cómo es que se veía la casa, no porque no la recordaba sino porque no recordaba cuándo fue la última vez que envié dinero para alguna mejora. No es que quisiera dejarla de lado, simplemente pasó.

En Londre me enfoqué tanto en dejar todo atrás que cuando mi madre murió, su casa pasó a ser solo algo más de lo que debía de hacerme cargo. Tenía demasiado en mente. No quería dejarla abandonada así que encontré a alguien en la zona que se encargara de mantener la casa en orden como se suponía que lo haría.

Y pude vivir con eso porque pensé que jamás volvería. Hasta estaba pensando en buscar una inmobiliaria para vender la propiedad porque en mente esto no pasaba, y aquí estamos.

En el camino, intentando enfocarme en otra cosa que no fuera Christopher porque no pensaba darle tanta importancia, pensé en la casa. En cómo se encontraba.

Max no la vió ni siquiera por fotos. Mi madre murió mucho antes de que él llegara a tener consciencia o recuerdos de ella por lo que pasar tiempo en su casa no es algo que esté en su mente, pero sí en la mía.

Esperaba encontrar la casa donde pasé los últimos meses aquí en la ciudad, pero en cambio encuentro la casa completamente refaccionada.

Solo quedó la estructura de abajo, de ahí en más, es otra. La casa tiene otro color en las paredes, otras plantas en el jardín, incluso tiene otra alfombra en las escaleras. Mi madre solía amar su antigua alfombra y aunque Chris quiso hacer algo bueno, me llena de nostalgia el no haber encontrado la casa que estaba en mi memoria.

Estoy molesta.

Una vez más él se tomó atribuciones que no le correspondían. ¿No se considera acoso o algo ilegal lo que hizo? Despidió a mi cuidador, le quitó la llave y comenzó a hacer refacciones con mi dinero sin siquiera saberlo.

A medida en que camino por cada una de las habitaciones de abajo me doy cuenta de que incluso llegó a cambiar los malditos muebles. ¿Qué fue lo que hizo con los antiguos muebles de mi madre? Ella los amaba. De hecho, si planeaba vender la casa me quedaría con sus muebles en algún garaje, no los desecharía así como así simplemente porque recuerdo todas las horas que pasó mi madre escogiendo minuciosamente cada uno de ellos para que cabieran perfecto en el lugar que ella pensaba.

Todo su esfuerzo ahora se fue a la m****a porque... porque él así lo quiso.

Estoy tan molesta y herida que ni siquiera me importa nuestra conversación. Bueno, de hecho sí me importa, pero no planeo darle toda la importancia del mundo porque ¿Por qué debería? Si a fin de cuentas solo lo veré ahora y ya no más, porque no planeo tener reuniones con ese hombre de nuevo.

Nunca más.

Estoy tan furiosa que hasta me alegra que se diera cuenta de mi anillo de compromiso. De esa forma al menos lo mantendré alejado de mí y así no podrá confundirme por el tiempo que estaremos aquí el cual espero solo se alargue un mes y no más porque no sé cómo podré sobrevivir a más tiempo alrededor de él.

Para cuando llego a la cocina que también está completamente diferente, me hago a la idea de que esta no es la casa de mi madre sino un hogar rentado porque esto no tiene nada de familiar ni hogareño.

Los colores que mi madre había escogido, un verde oscuro para la cocina, ahora se han esfumado. Es como si el personal de un hospital hubiera escogido los colores porque son tonos neutros que van perfecto con mi personalidad. No con la suya.

Para mí, viéndolo desde otro punto de vista, es la casa perfecta. Pequeña, aseada, limpia en cuanto a muebles y adornos, pero no es la casa de mi madre. Sus colores, su vibra, su visión para este que fue su hogar, todo se ha ido a la m****a. Todo está cubierto de pintura blanca o grisácea.

Es hasta deprimente.

—Mamá, ¿por qué estás molesta?

Volteo de inmediato a ver a mi hijo quien me observa con el ceño fruncido. Le doy una sonrisa, que sé que es falsa, pero al menos espero no tener que explicar el dilema que siente mi corazón en estos momentos.

—No es nada.

—Sin mentiras—me recuerda.

—Tu abuela... tenía esta cas allena de colores, ¿sabes? Me habría gustado que la vieras así y no... como está.

Mi voz se quiebra al final. Mis ojos se llenan de lágrimas y hasta siento un nudo en la garganta que me obliga a mirar hacia otro lado, demostrándome que quizás sí es un tema importante para mí.

Cuando mi madre murió me sentí culpable de no haber estado con ella en sus últimos momentos. Murió de forma repentina, dormida, sin dolor, pero no estuve ahí. No sostuve su mano, no compartí las últimas cenas con ella, ni tampoco mi niño.

Ella simplemente se fue de la noche a la mañana y supongo que creí que el estar aquí y velar por su hogar remediaría un poco de culpa, pero no. El ver la casa completamente diferente me hace pensar que mi madre ha de estar revolcándose en su tumba la pobre.

Mi niño me abraza por la cintura, buscando mi mirada.

—No estés triste. Si quieres pintar la casa yo puedo ayudarte.

Me río, devolviendo el abrazo.

—¿Vas a ayudar a pintar?

Sus ojos brillan pues en su cabeza la idea de ensuciarse y poder pintar las paredes como un niño libre le fascina.

—No tengo escuela. ¿Qué más podría hacer?

Riéndome junto a mi niño, el peso de la culpa disminuye un poco más. Recuerdo entonces que no me marché porque quise sino porque aquí no quedaba nada más para mí.

La relación con Christopher falló, mi intento de mejorar también y lo único importante era mantenerme sana para poder ser una buena madre para Max.

Tuve que irme para poder mejorar. Mi madre lo entendía mejor que nadie.

—Pensaremos en eso, pero primero vamos a ducharnos. Yo prepararé una rica cena para nosotros dos y hablaré con Roger. ¿Por qué no buscas una habitación para ti?

De repente su mirada cambia.

—¿Podemos arreglar un cuarto para mí? Si vamos a quedarnos mucho tiempo puede que comience a echar de menos mi cuarto en Londres.

Me río, sacudiendo la cabeza.

—¿Hablas de una nueva consola de videojuegos y una pantalla plana con acceso a internet como la que te regaló Roger hace un año para tu cumpleaños?—pregunto con una ceja en alto, haciéndolo reír—. Pequeño manipulador.

Forma un puchero con sus labios.

—¡Por favor, mamá! Aquí no tengo amigos y cuando salgas seguro quedo con niñera. ¿Qué se supone que haga entonces?

—Ya veremos, por ahora ve a darte una ducha que tienes olor a vinagre. Vamos. Andando.

Mi niño no está contento con mi respuesta, pero al menos no me hace ninguna clase de berinche. Bueno, en realidad jamás los hace, ni siquiera cuando niño. Siempre fue un pequeño bien portado, alegre, que acepta lo que sea que le den sin pedir nada a cambio así que tampoco es que esté negada a la consola.

De todas formas tiene razón. No tengo idea de cuánto tiempo voy a pasar en el juzgado porque no he hablado con mi abogado todavía así que, pensar en una consola que lo entretenga las horas que estaré fuera comienza a sonar como un buen regalo de Navidad anticipado.

Enfocada en no seguir renegando por el estado de la casa, estoy a punto de comenzar a preparar la cena cuando escucho el grito de mi niño llamándome desde el piso de arriba.

Mis instintos de inmediato se encienden. Mi propio cuerpo reacciona antes que mi mente corriendo escaleras arriba buscando con desesperación a mi hijo. Mi corazón late a mil por hora, casi puedo sentir que tengo las palpitaciones en la garganta cuando encuentro de dónde está gritando.

Abro la puerta de una de las habitaciones hallándolo de pie, observando todo a su alrededor.

Lo tomo de los hombros buscando su mirada y luego su cuerpo esperando encontrar la razón por la que gritó. No miro nada más, solo busco alguna picadura o corte, algo que me indique que sufrió de alguna manera.

—¿Qué pasó? ¿Una araña? ¿Te picó otra cosa, cariño?—pregunto todavía asustada cuando él me toma del rostro obligándome a voltear.

—No, mamá. Mira.

Tengo en mente muchas cosas para decirle por haber gritado de esa forma, sin embargo me quedo callada cuando noto todo a mi alrededor. El cuarto, pintado de un verde oliva, tiene en la pared un cartel con el nombre de mi hijo con luces de neón que llama la atención.

Y no solo eso. Hay una gran cama junto a un estante lleno de libros. Tiene también un escritorio donde él podrá hacer sus tareas libremente, pero no acaba ahí. Del otro lado del cuarto hay una especie de centro de entretenimiento con una pantalla plana enorme, un bendito equipo de sonido que de seguro hará retumbar toda la casa y una consola de videojuegos completamente nuevas.

Todo aquí reluce. Todo aquí grita que Christopher Marshall tuvo todo que ver en esto porque no hay forma alguna de que yo hubiera aceptado.

Me parece excesivo, pero como dije, tiene el sello de su padre por todas partes.

—¡Mi papá es increíble!—dice emocionado, lanzándose a la gran cama, casi soñando por la felicidad que siente—. Mamá, ¿puedes creerlo? ¡Es asombroso mi cuarto!

Asiento, soltando un suspiro.

—Es hermoso, cariño, pero no tenías que gritar así. Casi pierdo el corazón en el camino.

Me mira con su carita inocente, quizás pensando que estoy exagerando, sin embargo cuando sea mayor y pueda comprender todo por lo que tuve que pasar para verlo crecer, me comprenderá y quizás hasta va a compadecerse de mí, porque se necesita mucha fuerza para seguir incluso con el corazón roto.

—Mamá, ¿papá puede venir a jugar conmigo? En su casa hacemos campeonatos de fútbol en la consola—menciona emocionado.

No tengo más alternativa que asentir y por suerte, soy salvada por el ringtong de mi móvil el cual indica una llamada entrante. Le enseño la pantalla, el nombre de Roger, y salgo del cuarto para responder intentando calmarme.

—Hola, cariño mío. ¿Qué tal todo? ¿Llegaron bien a casa?—saluda apresurado.

De repente tengo en mente el contarle todo, como siempre. Hemos sido confidentes hasta el punto en que con él dejé salir todo aquello que tenía guardado y quizás fue la razón por la que duramos tanto tiempo, pero conozco su corazón.

Sé que ha estado un poco inquieto con la idea de mi reencuentro con Christopher. Como dije, le conté todo, incluso lo mucho que ese hombre significaba para mí así que su temor tiene fundamentos.

Quizás, si le digo que Chris arregló la casa y que incluso diseñó cuartos para ambos pueda llegar a malinterpretarlo. Más el hecho de que fue él quien nos trajo a casa y sobre todo que tiene una copia de la llave, por lo que de inmediato cambio de idea.

—¿Cariño?

—Hola, amor. Lo lamento, estoy algo distraida con la casa—miento—. Llegamos bien. El vuelo se retrasó un poco, pero nada de importancia.

—Qué bueno... ¿y pudieron ver a alguien ya?

Sabia que esa pregunta no tardaría en aparecer.

—No. Nadie todavía—otra mentira—. Estoy cansada así que solo vine a casa y derecho a ducharnos. Justo iba a comprar provisiones para preparar la cena.

—Oh, espero no interrumpir.

—Claro que no, tú jamás interrumpes. ¿Y tú qué tal? ¿Cómo estás el primer día distanciados?

Escucho que suelta un largo suspiro al otro lado de la línea. Me lo puedo imaginar recostado en la almohada, con los ojos enjorecidos, casi sufriendo en silencio porque es demasiado sensible.

—Fatal. No creo consiliar el sueño.

Me río despacio.

—Bueno, será mejor que intentes porque en pocas horas tienes que ponerte de pie.

—Sí, supongo. Solo quería saber de ustedes, quizás ahora pueda descansar.

—De acuerdo, cariño. Te amo, cuídate.

—Ustedes igual. Los llamo mañana sin falta.

—Y yo atenderé sin falta.

Cuando la línea se corta sonrío, aunque esa sonrisa dura poco porque escuchar su voz solo me hizo recordar lo que dejé atrás por este juicio.

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