El cuerno resonó de nuevo y la competencia continuó.
El aire estaba cargado de tensión. Los espectadores apenas podían apartar la vista del lugar donde habían sacado a la loba roja ensangrentada. El ataque había dejado a todos murmurando, preguntándose si aquello había sido realmente un accidente o una jugada sucia de la manada Luna Nueva.
Pero Adrián no escuchaba nada. Solo sentía el rugido de su sangre en los oídos y la rabia contenida ardiendo en su pecho. Emili estaba fuera, herida por una trampa evidente, y aún así debía seguir liderando a los suyos.
Se giró hacia los cuatro que quedaban a su lado: Mateo, Leandro, Samuel y Sarah.
Sus ojos oscuros brillaban con una determinación férrea.
—Escuchen —dijo con voz ronca, aún temblando por el vínculo con Emili—. No vamos a perder. No después de lo que le hicieron a ella.
Samuel gruñó en respuesta, aún con el eco del dolor de su amiga en la garganta.
—Que intenten tocarnos… los haré polvo.
Sarah, en forma humana ahora, cerró los puños.