La llegada de Adrián, Mateo y Emili a la mansión fue silenciosa. Los tres venían cansados, y aunque habían logrado mantener el tipo durante la negociación, la frustración los seguía como una sombra. Apenas cruzaron las puertas, Leandro ya los esperaba en la sala principal junto a Selene y el resto del nivel superior.

Adrián se dejó caer en la cabecera de la mesa y suspiró, dejando el maletín a un lado.

—Fue exactamente lo que esperábamos —dijo con tono seco—. Pura palabrería.

Mateo, que todavía traía la rabia atravesada en el pecho, añadió:

—Y un beta que se cree muy gracioso.

Selene frunció el ceño.

—¿Hubo algún acuerdo?

—Ninguno —respondió Adrián—. Darius no buscaba negociar. Todo fue un espectáculo para dejar claro que nos considera inferiores.

Emili intervino con serenidad, como si hubiera estado meditando cada palabra desde el viaje de regreso.

—Pero también aprendimos. Vimos cómo se comportan, cómo miden las palabras, cómo manipulan el ambiente a su favor. Eso