La luz del amanecer se filtraba por las cortinas cuando Valeria despertó. Se incorporó lentamente, sintiendo el peso de su vientre, cada día más notorio. Habían pasado tres semanas desde su llegada al territorio de Kael, y aunque jamás lo admitiría en voz alta, comenzaba a sentirse más segura.
Cuando se dispuso a levantarse, notó una bandeja en la mesita junto a la cama. Fruta fresca cortada en trozos pequeños, pan recién horneado, un vaso de jugo de naranja y otro de leche. Junto a todo ello, una pequeña flor silvestre. No había nota, pero no la necesitaba. Sabía perfectamente quién lo había dejado allí.
—Idiota —murmuró, pero sus labios se curvaron en una sonrisa involuntaria mientras mordía una manzana.
Desde hacía días, Kael había establecido esta rutina sin mencionarla jamás. Comida que aparecía misteriosamente cuando ella estaba ocupada, mantas adicionales en las noches frías, y siempre, de alguna manera, anticipándose a sus necesidades sin hacerla sentir inválida.
Después de ve