Pensamientos prohibidos y escaleras de emergencia
Isabella. No debería pensarlo. No debería sentirlo. No debería mirarlo así. Pero aún así lo hago y más de lo que me gustaría admitir. Desde ayer, no puedo sacarme a Luciano Lennox-Spencer de la cabeza. Su rostro aparece cuando cierro los ojos y Su voz, grave y firme, se repite como un eco suave que no sé por qué me estremece. Y lo peor de todo no es solo eso… Lo peor es que me gusta. Y no tiene sentido. Él no es solo mi jefe, Es el jefe. El CEO. El hombre por el que todas suspiran en esta empresa. El hombre que puede tener a cualquier modelo, a cualquier actriz, a cualquier mujer… y yo no soy ninguna de esas cosas. Bueno si soy mujer, pero una pelirroja de lentes y con el gusto de vestir de una joven de los sesenta. Soy solo Isabella Taylor. La nerd. La chica de lentes grandes. La que no se maquilla. La que viste ropa que ya pasó de moda. La que camina por los pasillos tratando de pasar desapercibida. La que todos ignoran… o se burlan sin piedad. No tengo derecho a mirarlo, no como lo hago o ha desearlo como no debo. Y, sin embargo, lo hice, lo hago Y lo sigo haciéndo, cada minuto de mi maldita existencia, pero si no fuera poco, estar en el mismo piso, donde él tiene su oficina me da esa facilidad de mirarlo desde lejos. A veces me descubro repasando mentalmente el momento en que me miró. Solo un segundo. Pero fue suficiente para que todo en mi se agitara dentro de mí ser. Siento que estoy cruzando una línea invisible, pero no puedo evitarlo. No puedo dejar de pensar en cómo se le marcan las venas en las manos cuando agarra una carpeta. En cómo le queda ese traje y en cómo será su cuerpo sin el, pero no olvido en cómo me habló —aunque fuera indirectamente— Jajajajaj aunque en mi interior sabe que solo es mi imaginación. Y luego me odio por eso. Porque sé que no tengo posibilidades. Porque él nunca me va a mirar, lo veo y veo como mira a las demás mujeres de la empresa. Porque yo… no soy digna de ser mirada; soy el punto negro de la empresa. Hoy el día empezó mal. Desde que crucé la entrada ya lo presentí. Las tres: Mariana, Cecilia y Fabiana estaban en recepción, como si me esperaran. Me miraron de arriba abajo, sin disimular. Mariana soltó una risa y murmuró algo que no alcancé a entender, pero que me hizo apretar los dientes. Fingí no verlas. Fingí no oírlas. Pero no se detuvieron hay. Durante la mañana, pasaron por mi escritorio más de una vez. Cecilia dejó caer “accidentalmente” un café sobre unos papeles y solo murmuró un ups. Otra se rió cuando notó que tenía los cordones desatados, como si fuera un pecado mortal. Me concentré, Trabajé en revisar mas datos de los cuales todo es erróneo. Respiré profundo. Pero a la hora del almuerzo todo cambio, bueno para mi claro esta, cuando me dirigía al comedor de la empresa, todo se volvió insoportable. Las trillizas malvadas me interceptaron en el pasillo. —¡Hey, Isabella! —dijo Fabiana con falsa simpatía—. ¿Por qué tan solita? ¿No te invitaron a almorzar con los grandes del piso veinticinco? —Debe estar esperando al jefe —añadió Mariana—. ¿Quién sabe? Tal vez la prefiere sin maquillaje… —O con olor a naftalina , también a rancio —remató Cecilia, entre carcajadas. No respondí, solo Aceleré el paso, pero ellas ya habían decidido que no me dejarían tranquila. Porque me siguieron, y no me dejaron tranquila. —¿Qué le diste, eh? —preguntó una—. ¿Le escribiste una carta de amor como en secundaria? —O capaz le gusta que lo miren con esos ojos de ratón mojado… Y entonces sentí el golpe, una bofetada que llego a resonar, por todo el sitio, haciendo que varios vieran la escena, pero en la que nadie actúo, solo miraron al piso y la vida siguió como di nada. Y el golpe No dolió físicamente, como lo hizo dentro de mí, lo cual fue Peor. El golpe emocional de ser acorralada, De que no haya tenido escapatoria. De que no pueda gritar, Ni llorar, Ni defenderme. Porque si lo hago, pierdo. Porque si lo hago… me hunden ellas son antiguas acá y yo soy ,solo yo. Me di la vuelta Y sin mas Corrí por el pasillo llegando a las puertas de la escalera de emergencia. Y una vez a salvo me desplome, y me senté en el escalón del piso quince, con las manos temblando y el rostro ardiendo. No almorcé, No pude ingerir nada como por cinco minutos. Pero después de casi cinco minutos mas saqué mi sándwich envuelto en papel y me obligue a comer en silencio, tragando con dificultad, como si cada mordida se atascaba en la garganta. Mis ojos no dejaron de estar llenos de lágrimas ni un solo segundo, pero no las dejé caer. No, No iba a darles ese poder. Fue entonces cuando escuché la puerta abrirse. Renata. —¿Isabella? Dijo con voz cargada de miedo. La miré. Me vio con el sándwich a medio comer, en la escalera, sola, como una niña expulsada del recreo. —¿Estás bien? Mentí y solo dije si. —Sí. Ella me miró con esa expresión que tienen algunas mujeres que han visto demasiado. No dijo nada. Se sentó a mi lado sin pedirme permiso y se quedó en silencio. —¿Qué te hicieron? Pregunto tapándose la boca cuando vio mi rostro rojo, con la mano marcada y un rastro de sangre en mi labio. No respondí. —Isabella, si no me decís, no puedo ayudarte. —No es nada —mentí otra vez. —Esas tres... —murmuró—. Las vi burlarse de ti el otro día. Y hoy también. Te juro que voy a matarlas y gritarles hasta de lo que morirán. Me limité a encogerme de hombros. No quería hablar. No quería que nadie más supiera que me siento así de pequeña. Así de ridícula. Así de innecesaria. —Voy a hablar con mi hermano —dijo, decidida. Y entonces sentí el verdadero miedo. —No, por favor. No lo hagas. —¿Por qué no? —Porque él no lo va a entender. Porque va a pensar que exagero. Porque va a pensar que quiero llamar la atención. Y no quiero eso. No quiero ser una carga. Ella me miró con rabia, pero no hacia mí. Rabia dirigida al sistema, a las personas, a la injusticia silenciosa que vivimos tantas. Esa misma tarde, supe que Renata sí habló con Luciano. Lo sé porque él pasó por mi escritorio con una expresión contenida. Me miró como si buscara una herida y la vio . Como si intentara entender sin preguntar. Pero no dijo nada. Solo se fue. Y más tarde escuché a Renata discutir con él en la oficina, donde ella me cito. No oí palabras claras. Solo el tono de Ella furiosa y Él… negado. Cerrado, e Incrédulo. Como si todo lo que siento… no fuera lo suficientemente importante. Y eso dolió más que las burlas. Porque quiero que él me vea. Que entienda, Que sepa. Pero si no lo hace ahora…ya nunca lo hará. Y entonces, ¿qué me queda? Comer sola en las escaleras. Guardar el amor que creció y floreció, sin ser correspondido, y entendí que debo guardar silencio. Y seguir siendo invisible.