La promesa resonaba en Artemisa como un eco hueco, una obligación impuesta por el amor inmenso que sentía por Ares. ¿Cómo podía siquiera concebir la idea de ofrecerse a otro hombre, a Jackson, cuando su cuerpo y su alma pertenecían por completo a su demonio? La sola idea le provocaba una repulsión visceral, un sentimiento de traición hacia sí misma y hacia Ares.
La mañana siguiente amaneció gris y fría, reflejando la tormenta que se desataba en su interior. Evitó a Ares, refugiándose en la biblioteca, intentando perderse entre las páginas de antiguos grimorios, buscando una respuesta, una solución a este imposible dilema.
Pero las palabras se negaban a cobrar sentido, las fórmulas mágicas parecían burlarse de su desesperación. El destino, una vez más, se reía de ella, obligándola a transitar un camino que no deseaba.
Finalmente, sintió su presencia. Jackson, alto y taciturno, se apoyaba en el marco de la puerta, observándola con una mirada indescifrable. Artemisa contuvo el aliento, s