Capítulo 38

A la mañana siguiente, el templo se sentía más frío, no en temperatura, sino en alma. Apenas durmió la noche anterior. Millones de pensamientos recorrieron su cabeza hasta quedar exhausta, y sin embargo, los pensamientos inquietantes ya no estaban bajo su control.

Atenea estaba de pie ante el altar donde la visión había destrozado su mundo. Las runas bajo sus pies estaban tenues ahora, las vides dormidas. Ragnar no había hablado desde el río. No realmente. Se movía con un silencio practicado, observándola sin tocarla, esperando sin presionarla.

El Visir anciano los recibió en las puertas del templo, con su túnica cargada de polvo y tiempo.

—Anoche despertaste más que un recuerdo —dijo, con los ojos fijos en Atenea—. Agitaste las raíces de la profecía. La vieja maldición respira de nuevo.

Atenea no habló.

—Llevas el alma de Skyrana, sí —continuó el Anciano—, pero más que eso, llevas su legado. Ella era la Nacida de la Llama, guardiana de la Última Profecía. Hablaba de una niña nacida b
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