La visión se hizo añicos.
Atenea se desplomó, jadeando, el recuerdo caliente y fresco en sus pulmones. Sus manos temblaban contra el suelo de piedra. Ragnar intentó ayudarla, pero ella le apartó la mano de un manotazo.
—Me mataste —siseó ella, con los ojos encendidos—. ¡Me mataste!
—¡No lo sabía! —rugió, dando un paso hacia ella—. No entendía lo que eras. Yo era un príncipe criado con miedo, ¡y Skyrana estaba empeñada en masacrar el reino!
—¿Y entonces mataste a tu pareja elegida? ¿A tu mate? ¿Tu otra mitad? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Traicionaste nuestro vínculo porque la corona era importante para ti?
—Me arrepentí de cada aliento de esa vida —gruñó Ragnar—. Y de cada vida desde entonces.
Atenea retrocedió, su loba aullando en protesta. —Supongo que me alegro de que me mataras en esa vida. Ahora tengo una razón más para cortarte la garganta-. Se giró hacia el Visir. —Rompe el vínculo.
Ambos hombres se congelaron.
—Quiero que desaparezca —dijo ella con los dientes apretados—. Se