—¿Tus padres eran omegas? —preguntó Chloe.
Atenea entrecerró los ojos. —Sí —mintió.
No era una Omega del todo, y nadie lo sabe, ni siquiera Atlas. La madre de Atenea era la última de las brujas, y ella tenía su sangre en las venas. Cuando era niña, estaba ansiosa por aprender magia, pero el rey alfa dominante en ese momento, se lo arrebató todo.
Podría haber tenido sangre de bruja en las venas, pero no era sangre pura, más bien una híbrida que no conocía ninguna magia.
—Tus ojos tenían fuego —dijo Chloe, observando a la chica con calma.
—He visto muchas cosas —respondió Atenea —. Y planeo ver más.
Algo parecido a la diversión brilló en los ojos de Chloe. Pero cuando se giró para irse, la voz de Atenea la detuvo.
—¿Conoces a Skýrana?
Chloe se congeló a medio paso. El cambio fue sutil, pero su columna se tensó y su respiración se entrecortó.
Lentamente, se giró. Entrecerró los ojos. —¿Dónde oíste ese nombre? —lo dijo como si fuera la cosa más inquietante.
—De mi madre cuando era niña. —