Narrador.
El emperador de Zafir no dormía bien desde hacía días. Las noticias sobre el escándalo del compromiso lo habían puesto en el centro de las críticas. El consejo imperial murmuraba que el reino se debilitaba, que el príncipe heredero actuaba como un niño caprichoso.
Y él lo sabía: si no ponía orden, perdería el control del trono.
Esa mañana convocó al duque Lysmar a una reunión privada en la sala del consejo menor.
El salón estaba vacío, solo las antorchas y el eco de los pasos de los guardias.
El duque llegó puntual, con el rostro tenso. No se inclinó demasiado al saludar; en Zafir, los hombres con poder no necesitaban hacerlo.
El emperador fue directo.
—El matrimonio debe celebrarse —dijo—. No me importa si mi hijo está o no de acuerdo.
El duque lo observó con desconfianza.
—¿Y si su alteza no la quiere como esposa? ¿Va a forzarlo?
—Forzaré a quien sea necesario —respondió el anciano con frialdad—. Este compromiso no es sentimental, es político.
El duque apretó la mandíbula.